domingo, 10 de abril de 2011

Ver aduenit (Llega la primavera)

Perséfone retorna del Hades y vuelve a la luz, junto a Deméter, su madre, Iovi gratias.

Versión del mito de Deméter y Perséfone, por Mamen Aznar

Cuenta la antigua leyenda que, un buen día, el temible Hades, aburrido del inframundo y con deseos de echar una cana al aire, se dio un garbeo por Sicilia, vio allí a Perséfone, que estaba recogiendo flores acompañada de algunas ninfas (¿por qué será que siempre que una doncella casta y pura es raptada por alguno de esos impresentables dioses está recogiendo flores?) y, al punto, quedó perdidamente enamorado de ella; las malas lenguas dicen que, muy posiblemente, en este súbito enamoramiento haya intervenido nuestro querido Eros, incitado, como siempre, por su hermosa mamá. El caso es que, siendo Hades un dios, y hermano, además, del de los truenos, sin encomendarse ni al de arriba ni a sí mismo, tomó lo que no era suyo ni le correspondía y se llevó a la pobre muchacha a sus guaridas infernales. En este punto de la leyenda no hay unanimidad de opiniones, dicen algunos que la muchacha llamó a gritos a su madre para que la salvara, pero otros no comentan nada sobre este delicado asunto, lo que nos lleva a pensar que, a lo mejor, Perséfone no estaba del todo disgustada con el tema del rapto y no somos nosotros quiénes para meternos en los asuntos de los dioses, que ya tenemos bastante con lo nuestro, y Zeus nos libre de opinar…

La cuestión es que, con la aquiescencia del todopoderoso hermano, Hades y Perséfone lo debieron pasar estupendamente aquella y las siguientes noches, unidos en ardoroso abrazo, porque también hay quien dice (las habladurías de siempre) que la niña prefería quedarse con el amante antes que volver con su mamá. La verdad es que, si hacemos un ejercicio de sinceridad, la comprendemos absolutamente, porque mira que las mamás son pesadas…, aunque sean diosas, y, además, eso de tener como amante a todo un dios no es de esas cosas que a una le ocurran todos los días (¡fíjate qué envidia cuando se lo cuente a sus amigas!).

Pero dejemos por el momento a los amantes dedicados a sus quehaceres y vayamos a ver a Deméter, la susodicha madre de la criatura. De entrada hace un frío que pela y no podemos ni desayunar un triste tazón de cereales, porque la buena señora ha decidido que, hasta que alguien no le solucione el asunto de la hija raptada, ella se va de vacaciones a Eleusis, para instituir no se qué de unos misterios, y no piensa atender sus obligaciones, a saber: dar su bendición a los campos. La tierra queda sin vida y el género humano está a punto de extinguirse aunque, por una vez y sin que sirva de precedente, los culpables no sean los de siempre. Ante tamaño problema, a Zeus no le queda otro remedio que tomar cartas en el asunto, entre otras cosas porque ¿a qué inocente criatura mortal iba a raptar de ahora en adelante para satisfacer sus deseos de aventuras extra conyugales? Manos a la obra, llama primero a su mensajera Iris para que se entreviste con Deméter, convencido de que asuntos tan delicados como este es mejor que se traten entre mujeres. Iris, obediente como siempre, habla con la diosa y la insta a volver al Olimpo, le pide que entienda que a los hijos hay un momento en que se les debe dejar volar solos, que es algo natural, que forma parte de la propia genética, etc., etc., etc.… Zeus, sin embargo, viendo el cariz que está tomando el asunto, por si acaso, se guarda un plan B, y para eso ahí está Hermes, su fiel mensajero, al que manda hablar con Hades. Pero éste, perro viejo como es, (y ya se sabe que más sabe el diablo por viejo que por diablo), viendo la que se le viene encima, le ofrece a su amada unos granos de granada y ella, lógicamente y visto lo visto, los come gustosa (¡mira que si no se los come y nos quedamos sin mito!), de manera que queda ligada para toda la eternidad a las mansiones subterráneas.

¡Menos mal que estaba ahí Hermes para solucionarlo todo! El encantador embaucador acompaña a la niña a ver su madre para que le explique lo que ha ocurrido y, finalmente, y tras duras negociaciones, llegan a una “entente cordiale”: Perséfone se lo pasará bien una parte del año con su amante y la otra parte se sacrificará y hará compañía a su mamá para que ésta cumpla con su cometido y las estaciones se sucedan, como debe ser y está estipulado desde que el mundo es mundo.

Tal día como hoy la pobre Perséfone debe estar la mar de aburrida acompañando a mamá, pero a mí me encanta que haya llegado la primavera. Celebrémosla.

No hay comentarios: