martes, 5 de abril de 2011

Vallejo y el poder de la palabra escrita


Fragmento extraído de Los días azules, incluída en la "novela" autobiográfica de Fernando Vallejo El río del tiempo.

Los percusionistas y los héroes somos así. Tercos, irrevocables, porfiados. Qué le vamos a hacer, nos viene de familia. Mi abuelo, sin ir más lejos, era famoso en su pueblo, Santo Domingo, porque logró lo que nadie: hizo mover una mula. Por el camino de herradura de Santo Domingo a San Roque, en la cima de una montaña, la mula resabiada se detenía y se negaba a emprender el descenso, a seguir adelante. Le clavaban los espolines, le daban palos, la cubrían de insultos, le quemaban la cola. Nada, no seguía, no cedía. No daba un paso más: se había detenido y hasta aquí llegamos. “Pero, ¿qué más te da, inmunda, seguir adelante o volverte atrás, si de todos modos vas a ir de bajada?” No, no había forma. Nadie logró hacerla dar un paso adelante, llegada a lo alto de la montaña. Cedía el jinete, volvía la brida, y la mula tornaba a ser lo de antes, un animal dócil y sumiso… pero de regreso a casa, por el camino andado. De ese alto desde donde se divisaba San Roque, no hubo empeño humano que la pudiera hacer pasar. Lo consiguió mi abuelo. Armado de libros, sombrilla y fiambrera, yendo de por medio una apuesta y su honor de caballero, emprendió en la mula el camino de Santo Domingo a San Roque. Al llegar al alto la mula terca se detuvo, pero en vano se quedó esperando la insensata el chaparrón de injurias, de golpes, de espuelazos, o el incendio de la cola. Nada, nada de eso, habían cambiado de política. Bajo el tórrido sol del trópico mi abuelo abrió un libro y la sombrilla de su paciencia, empezó a leer y siguió sentado. Zumbaban las moscas, planeaban los gallinazos, chillaban los gavilanes. Fueron corriendo las horas y la mula terca seguía en pie y él sentado. En el gran paisaje opaco de montañas la escena inmóvil parecía el cuadro de un duelo. Al atardecer, motu proprio, la mula dio un tímido paso hacia delante, otro, otro, y echó a andar decidida pendiente abajo, rumbo a San Roque.

Gran señor mi abuelo…

Vallejo es irreverente, iconoclasta, hilarante en ocasiones, en otras participa del Realismo mágico de la literatura hispanoamericana, nadie escapa a sus aceradas críticas y domina el idioma (su patria según él mismo afirma en una entrevista concedida desde su casa hace varios años) como nadie.

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