viernes, 29 de abril de 2011

Friedrich Hölderlin

El profesor Jordi Llovet lee algunos versos de "El archipiélago" de Friedrich Hölderlin, primero en alemán y luego en catalán, en el programa de TV3 L'hora del lector

http://www.tv3.cat/videos/3484470/Jordi-Llovet


Un fragmento de la misma obra en traducción de Luís Díez del Corral

¡Ay, los hijos de la dicha, los devotos! ¿Vagan acaso ahora lejos
por la tierra de los padres, olvidados de los días del destino,
al otro lado del Leteo, y ningún anhelo puede hacerles volver?
¡Nunca los verán mis ojos! ¡Ay! ¿Nunca os encontrará por los mil senderos
de la tierra verdeante el que os busca, ¡figuras iguales a los dioses!,
y entendí yo, por ventura, vuestro lenguaje, vuestra leyenda tan sólo
para que mi alma siempre triste huyera
antes de tiempo hacia vuestras sombras?

Mas quiero acercarme a vosotros, allá donde crecen todavía
Pues los celestes descansan gustosos en el corazón sensible,
y siempre, como entonces, las potestades inspiradoras de grado
acompañan al hombre esforzado; y sobre los montes de la patria
descansa, impera y vive omnipresente el éter,
para que un pueblo amante, acogido en los brazos del Padre,
esté humanamente alegre, como entonces, y que un espíritu sea común a todos.

Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco,
sin lo divino. Ocupados únicamente en sus propios afanes,
cada cual sólo se oye a sí mismo en el agitado taller,
y mucho trabajan los bárbaros con brazo poderoso,
sin descanso, mas, por mucho que se afanen, queda infructuoso,
como las Furias, el esfuerzo de los míseros.

Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
¡Pero no por más tiempo! Ya oigo a lo lejos el canto coral
del día de fiesta sobre la verde colina y el eco del bosquecillo,
donde se levanta el pecho de los adolescentes, donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo en la más libre canción en honor del dios,
al que corresponde la altura, mas para quien los valles también son sagrados;
pues allá donde gozosa se apresura el agua con creciente juventud
entre las flores del campo, y donde maduran en llanuras soleadas
el noble trigo y los árboles frutales, se coronan contentos
para la fiesta los devotos; y sobre la colina de la ciudad resplandece,
igual que una vivienda humana, el pórtico celeste de la alegría.

Pues toda la vida se ha llenado de sentido divino,
y, perfeccionando todo, vuelves a aparecer, como entonces, por todas partes
ante tus hijos, ¡oh naturaleza!, y, como de montaña rica en manantiales,
fluyen de aquí y de allá bendiciones sobre el alma germinante del pueblo.

Luego, luego, ¡oh vosotras, alegría de Atenas!, ¡vosotras, hazañas de Esparta!
¡deliciosa primavera de Grecia! Cuando venga vuestro otoño,
cuando volváis, maduros, ¡vosotros, todos los espíritus del pasado!
—¡pues he aquí que está cerca el cumplimiento del año!—,
que os alcance la fiesta también a vosotros, ¡días pretéritos!
¡Mire el pueblo hacia Grecia, y, llorando y agradeciendo,
sosiéguese en los recuerdos el orgulloso día del triunfo!

Pero floreced mientras tanto, hasta que maduren nuestros frutos,
floreced, entre tanto, solamente vosotros, ¡jardines de Jonia!
¡Y vosotras, graciosas yedras de las ruinas de Atenas,
encubrid la tristeza al día que contempla!
Coronad con follaje eterno, ¡vosotros, bosques de laureles!,
las colinas de vuestros muertos, allá junto a Maratón,
donde los jóvenes murieron venciendo; ¡ay!, allá en los campos de Queronea,
donde con armas huyeron los últimos atenienses,
eludiendo el día de la ignominia; allá, allá bajan de los montes
todos los días lamentos al valle de la batalla; ¡allá descendéis vosotras,
aguas caminantes, desde las cumbres del Oetas, cantando la canción del destino!

Pero tú, inmortal, aunque ya no te festeje la canción de los griegos,
como entonces, resuena a menudo, ¡oh dios del mar!,
con tus olas en mi alma, para que prevalezca sin miedo el espíritu
sobre las aguas, como el nadador, se ejercite en la fresca
dicha de los fuertes, y comprenda el lenguaje de los dioses,
el cambio y el acontecer; y si el tiempo impetuoso
conmueve demasiado violentamente mi cabeza, y la miseria y el desvarío
de los hombres estremecen mi alma mortal,
¡déjame recordar el silencio en tus profundidades!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Realmente emotivo. Exhorta a continuar en la brecha.

Mamen Aznar Salatti dijo...

Efectivamente. Entonces tendremos que continuar ¿no?.