martes, 29 de marzo de 2011

Sófocles y el tsunami de Japón

Soph. Ant. 583, como si el océano vomitase en forma de tsunami o de Prestige.

Felices aquellos cuya vida no ha probado la desgracia,
pues para aquellos cuya casa es sacudida por un dios
no hay calamidad alguna que les falte
serpeando generación tras generación;
tal como el oleaje marino
cuando impulsado por desfavorables vientos de Tracia
asalta el abismo submarino,
arremolina negro cieno desde las profundidades
y, azotadas por el vendaval,
braman y gimen las costas.

Veo las antiguas penas de la casa de los Labdácidas
caer sobre las penas de los muertos,
y no hay generación a la que la familia libere,
sino que la aniquila alguna deidad, y no hay solución.
Pues una luz apenas se extendía sobre las últimas raíces
en la mansión de Edipo, por debajo la vuelve a segar
el sangriento polvo de los dioses subterráneos,
y la necedad de palabra y una Erinia del pensamiento.

¿Qué soberbia humana podría contener tu poderío, Zeus?
Ni es dominado por el sueño, que todo lo apresa,
ni los infatigables meses divinos, sino que soberano
en un tiempo sin edad
dominas la marmórea luminosidad del Olimpo.
Lo inminente y lo futuro
y lo pasado, todo lo abarcará
esta ley: nada llega a la vida de los mortales
—al menos por largo tiempo— sin calamidad.

La errante esperanza es beneficio para muchos hombres;
para otro muchos, engaño de tornadizos deseos;
llega a quien nada sabe antes de arrimar el pie a la ardiente brasa.
La sabiduría de alguien hizo surgir este ilustre dicho:
el mal parece un día bien al hombre
cuya mente lleva un dios a la ceguera;
brevísimo es ya el tiempo que vive sin ruina.

1 comentario:

Mamen Aznar Salatti dijo...

Cuando la casa de los Labdácidas es maldecida por los dioses, esos seres crueles y envidiosos de las cosas humanas, los hombres están sujetos a sus leyes superiores y no pueden evitar su destino: Edipo lo ha cumplido ya, y están a punto de hacerlo Antígona, luego Hemón y, antes, sus hermanos. Tal y como canta el coro "no hay solución", porque ninguna soberbia humana puede contener el poderío de Zeus.

Pero ahora, cuando los dioses se han marchado para no volver, ¿tampoco podemos nosotros, miserables humanos, luchar contra lo que nos está predestinado? ¿Estamos todavía sujetos a las leyes divinas?

¿Estaba acaso predestinado Japón a sufrir esos males que hoy le acechan? ¿O los hombres, puede que no todos, pero sí unos cuantos que se creen dioses, han contribuido a que esto sea así?